poludio
6.9.08
La Calabria
Badolato es un pueblito medieval de Calabria. La urbanización irracional y laberíntica de este caserío asentado en una sierra grande frente al mar Jónico podría adjudicarse a la cólera de un dios airado o a los pueblos del mar.
Los jóvenes badolatenses huyeron a Soverato, a Catanzaro, a Reggio en busca de trabajo y diversión. Los que provienen de familias acomodadas presumiblemente persigan la senda del progreso en universidades de Bologna, Roma y Milán.
En el pueblo quedaronn los ancianos y los locos. A media mañana y a media tarde salen de las grutas y deambulan por los pasadizos. El pueblo está infectado de lagartijas y de locos. Las lagartijas se dividen en grandes y chicas, los locos en sexuados y asexuados.
Pero en el elenco estable de Badolato, las actrices principales son las comadres. Al oír el tañido hipnótico de las campanas, las comadres salen de austeras fachadas de piedra y se meten en las iglesias, como lagartijas escurridizas en el primer agujero que encuentran. No hay nada que se interponga en el rito de la misa diaria. Los redobles que llaman a misa y la feligresía parecen llegar de todos lados. Las fieles comadres tienen una oferta de eucaristías inigualable. Se consagra el cuerpo de dios en doce iglesias de sólida piedra.
A las once de la noche, una de las devotas más respetadas en el paese, la cumara Vitoruzza, pálida como una estatua de cebolla vino a golpearme la puerta.
Subí corriendo por Umberto I hasta la guardia médica de la plaza del foso.
–Ho bisogno di un medico per la signora Rossina Battaglia. Lei ha la febbre e dolore di spalla –dije, agitado por la subida.
–¿Quanti anni ha la signora Bataglia?
–…. –alcé los hombros.
–¿É anziana?
–Si.
Via Bellini 16. Les indiqué. Me siguieron. Bajé por Umberto I hasta Vía Credaro. Conté diecinueve pasos, bajé tres escalones, doblé a la derecha y bajé otros seis escalones hasta Vittorio Emanuele, viré a la izquierda a una arteria de dos metros, me perdí y pegué la vuelta. A los veinte metros barranca abajo doblé otra vez a la izquierda y en Vía San Nicola avancé diez metros hasta una anchura mayor, bajé cinco escalones hasta que la arteria volvió a hacerse de cuarenta y cinco centímetros y solo podía atravesarla de costado. Señalé la puerta verde.
Pude ver a la signora Rossina estirada en la cama y a la cumara Vitoruzza sentada al brasero. Entró la médica y yo me quedé afuera. En seguida salió a pedir el termómetro que no llevaban consigo por razones de higiene. A través de la puerta entreabierta vi a la signora Rossina arquearse para estornudar y estornudar con ganas pero sin fuerzas. Hundir la cara en la almohada para amortiguar el ruido. Cuando volvió a apoyar la mejilla, el calor emitido por el estornudo hizo que la despegara rápido y la apoyase en el otro extremo de la almohada. Su hermana Vitoruzza pasó a mi lado y fue a buscar el termómetro.
… yo estoy seguro de que no me vio… la venía mirando… estaba sentado con la cabeza gacha… alzó la cabeza cuando ya había pasado… estaba ensimismada en sus cosas… yo estoy seguro de que no me vio…
Volví caminando solo. Subí a la cocina. Abrí un Chardonnay delle Venezie y me llevé un vaso y la botella a la terraza. Me senté en la reposera a sondear las tierras de labranza bajo la luna nueva. Ma ché bella giornata. Me di cuenta de que comenzaba a pensar en italiano.
–Vincenzo é finocchio, –me interrumpió Rina.
–¿Qué?
Para esclarecerme arqueó las cejas, abrió grandes los ojos y se apretó el lóbulo de la oreja.
–Ah, ya entendí, –nos reímos juntos a carcajadas.
Ahora cada tanto miro desde mi terracita que viene otro con el mismo problema y charlan animadamente.
INTROITO
De la misma manera que no se debería destruir así como así el patrimonio de la humanidad o está penado con 601, 01 euros sacar la basura a deshora o la conciencia natural nunca exclusiva de la teología moral nos impide pisar una flor o tirar basura en parques nacionales; lugares de extrema belleza como Badolato deberían estar exentos de los avances tecnológicos.
Cuando lean esta explosión de descontento todo estará perdido y los últimos viejos que aún preservan el espíritu de la montaña habrán muerto.
Sus hijos y los hijos de sus hijos fueron seducidos por la burbuja del progreso. En pocos años pasaron de arar la tierra con uñas y dientes a convertirse en defensores de técnicas de todo tipo y factor.
Se los ve caminar atiborrados con bocaditos, teléfonos celulares, laptops, cámaras digitales.
Lo único que lograron transmitirles los padres fue el dialecto cerrado de la montaña.
Ahora este hato de obesos aturdidos y embrutecidos por la pereza poco incurren en la conectividad léxica de padres y abuelos. Configuran el primitivo mundo de los nuevos inventos. Un novedoso retorno a l´uomo di neandertal a través de las galerías regresivas del mercado que siempre es mitad tecnológico y mitad lucrativo. El tecnolucro del mercado.
De más está decir que por “espíritu de la montaña” no es hijo de la locura quien rechaza vivir en un progreso permanente y sueña con una parcela de tierra fértil y montañas definitivas recortándose en el horizonte.
Es innegable que hubo un cambio de hábitos. Italia se convirtió en colonia de Estados Unidos y los jóvenes badolateses se mudaron al pueblo de abajo la montaña (la Marina); pasan apurados en sus Fiat o sus Lancia por la Via Nazionale que conduce a Soverato o Catanzaro hacia el norte y conecta con Riace al sur.
Los pendejos van y vienen por la carretera principal. Pican el sistema nervioso de los vertebrados superiores (Badolato superiore). Se saben preclaros representantes de la cultura del progreso y una imposición que atenta contra el tronco encefálico de sus abuelos.
La gran aspiración de estos ragazzi que se decantan por el dinero, las novedades que llegan desde el imperio, los cursos de venta directa o el empleo de ciertas palabras del argot es ventilarse unas pocas rayas de sulfato de amonio en el capot del nuevo Fiat 500 que hace furor en la zona.
Hasta acá no hay nada del otro mundo que no sea promocionado sin éxito en los cuatro puntos cardinales. Tecnofóbico, todo es oscuridad a la luz de los avances tecnológicos y si hay algo que siempre se ilumina es sólo el fondillo de los fenicios. Empiezo, entonces, con esta historia de corte involucionista.
(fotos y palabras: germán kramer, verano del 2008)
la
feligresía
va
llegando
apurada