Peine del Viento
Viajé de Bilbao a San Sebastián y el gran motivo de felicidad era conocer el Peine del Viento.
Qué genial. Soy fanático religioso de Eduardo Chillida desde el día en que mi madre me arrastró a una retrospectiva del donostiarra en el Museo de Bellas Artes y que hoy recuerdo una letanía sin ton ni son: la muestra de “piolines y papelitos”.
Detalle: cada una de las piezas de diez toneladas de peso y 215 x 177 x 185 centímetros que integran el conjunto de tres esculturas del Peine del Viento, está formada por cuatro gruesas barras de acero de sección cuadrada que emergen de un tronco común enraizado en la roca. Una de las barras describe una curva en el aire y traza una paralela con el tronco común, antes de volver a incrustarse en la roca. Los otros tres brazos se retuercen a modo de garfios atrapando el espacio en su interior.
Caminé por el lugar, hice algunas observaciones y éste es mi aporte a la confusión general.
Chillida acusa la instalación del Peine del Viento en el promontorio rocoso del final de la playa de Ondarreta y la revelación del título de la obra, al viento del sur que estrella con violencia las olas contra las rocas de la bahía. "El mar tiene que entrar en San Sebastián ya peinado", decía.
Pero probablemente ni siquiera el propio Chillida supiera que la geología nominal de la obra, le fue sugerida por la observación de unas vetas que rastrillan delicadamente las últimas faldas del Igeldo y que ahora yo apelando al maniqueísmo más ominoso y relamido podría denominar la Peineta de la falda del Igeldo, por las que el artista tuvo que pasar obligadamente en sus paseos de la infancia, y luego no menos obligadamente en la juventud cuando iba a revolver su pensamiento frente el mar.
Es decir, susceptible al influjo de ese pensamiento, la escultura pública y abstracta más salvaje de Chillida ya estaba ahí antes de que él la creara. Y tiene que ser considerada la más perfecta intervención de la naturaleza en una obra de arte, a la vez que el ejemplo de land art más crispador de la indocilidad de esa naturaleza. Los dedos de acero crecen de la roca como crecía el tronco -ya seco- en el escollo del olivo (Palmi).
"Mi escultura es la solución a una ecuación que, en lugar de números, tiene elementos: el mar, el viento, los acantilados, el horizonte y la luz. Las formas de acero se mezclan con las fuerzas de la naturaleza, dialogan con ellas, son preguntas y afirmaciones. Quizás están ahí para simbolizar a los vascos y a su país".
La firmeza atemporal que irradia su obra la convierte en incesante objeto de conocimiento de hombres enamorados, hombres locos, hombres solitarios y arruinados por la vida, que desde hipotéticas edades de oro peregrinan a postrarse frente al mar en busca de respuesta. Ahí, en el acantilado que clausura la Bahía de la Concha, el Peine del Viento se interpone entre el hombre que sufre y el mar, expandiendo el horizonte lúcido de su existencia.
Peineta de la falda del Igeldo
Escollo del olivo