Tolo
Tolo por Bartolo
Bartolo por Bertold
Bertold Beckman
oriundo de Emmendingen
no puede dejar de pensar
no ya en su pasado
sino en el volumen de lo pensado.
Yo recurría a la plaza con frecuencia
un cuaderno una birome
a escribir la historia de Tolo.
Este es el resultado de lo que no pudo decir
en mis apuntes
en lo indecible está la cosa.
El peso de mi pensamiento
no refleja la peligro de sus extravíos
él no sabe por qué se tortura
con remordimientos que exceden en tamaño sus crímenes.
Agobiado por el pasado
agrava los errores
la importancia de sus reflexiones.
Si pudiera abandonar el ejercicio religioso de pensar
se convertiría en santo.
Pero los santos no piensan.
Pensaba mientras rastrillaba el barrio
alzaba la cabeza para contemplar
el inconstante mobiliario de las caminatas.
Estratificaba su peregrinaje entre cielo y tierra
primeramente predicando
el cielo los árboles los hombres los insectos.
Consultaba el subcomité de ética de las estrellas.
pero había puesto la energía en lugares equivocados
y ahora no podía afrontar los costos de un litigio celeste.
En todo trastocamiento
hay anomalías
hábitos mentales
y la negación más íntima.
Yo escuchaba su voz desde el estómago.
Dejaba que la melodía subiera sola
estallara en la cabeza.
Subnormal era el veredicto de esos prejuicios.
Edad incierta
cuando la panza empieza a servir de apoyo
a los brazos cruzados.
Cuando se empieza a creer en cualquier cosa.
Tolo había roto el aparato de circulación de ideas épicas
y
"adecuada" era su palabra predilecta.
Porque no había adecuación posible.
¿En quién depositaría una confianza ciega?
Me decía le gustaba escuchar
voces en el contestador
entonces
llamaba a su casa:
“Hola Bertold, ¿está Bertold?
Te llamaba para avisarte que voy para allá”.
Le gustaba meterse en la cama con un libro
despreocupado de bienes que no poseía
a excepción de ese libro esa cama
ese techo que se ponía.
Tomaba hasta desnucarse.
Era su rasgo ascendente.
Lo encontré delante de la dietética
mirando un paquete de galletas sosas
a precio de un riñón.
Olor a digestión de las bacterias.
Subnormal.
Dijo:
algo que me levante el autoestima
que no sea cocaína.
Te salió un versito, lo minimizaba
se sumía en depresiones sin parangón
en la genealogía del sufrimiento.
Para deprimirse hay que tener memoria de elefante
sufrir una baja en el coeficiente intelectual
en la autoestima o
sucesivos recortes presupuestarios en la dieta.
Mil cosas.
El que sabe es a costa de los ignorantes.
Lastimosamente
parecen confirmarnos las disquisiciones de los transeúntes.
Tolo era el único que sabía en este barrio.
Katia dijo: “me dio medio miedo.”
“Lo cansan las personas.”
“¿Por qué no prueba con animales?”
Lo agobia el verano
lo anula el invierno.
Las pocas ideas se desperezan en un rango de temperaturas entre 20 y 25
entonces florecía y me contaba.
Antes que llegaran los rusos
y los camiones alemanes evacuaran la población civil
en el frente
el padre peleaba
en desventaja de diez a uno.
La abuela llaveó la puerta
nunca pudo volver por sus cosas
ni por su casa.
Guardó en la valija
dos muñecas de porcelana que atestiguan
el oficio del abuelo.
Acá no quería depender de nada
que no podía fabricar
ni lo movilizaba la curiosidad de conocer a sus nietos
y ahora que murió
a él tampoco
la de tener un puñado de hijos para mostrárselos.
Piensa:
su papá veranea en Gesell
y el mío en el cementerio.
Ayer me caí por la escalera
mirá
me mostraba la sutura en el dedo inflamado.
Cuando el tren pasa por la villa 31
una chica en estado de turbidez
mira por la ventanilla y piensa
en la tasa de multiplicación de los monos verdes del África
en las antenas de DirecTV
¿serán de curso legal en la villa,
se las afanaron las pusieron de adorno?
Piensa en la toxicidad de los alcaloides psicoactivos que consumieron
los albañiles que hicieron las taperas
de cinco pisos
engalanadas con antenas
Un perro no hace un carajo
le dice vení se va
sentate y corre a contar los huesos
de su esqueleto.
Tolo piensa en lo que piensa la chica
que ahora abre un apunte con gráficos estadísticos.
Sacó otro apunte y se puso a mirar un
mapa de isobaras.
Se hacen los undergrones
esos nenes que cantan Odas a la primavera
no saben deprimirse
con explosiones aisladas de alegría
rotas en una carcajada.
Iba a buscar los cheques que llegaban todos los meses
a la orden de otra persona.
Yo iba al banco a hacer algún trámite.
Lo admiraba lo evitaba con la misma intensidad.
Lo vi diluirse en la periferia
caminando por ahí
llevaba ropa arratonada
desteñida
cara de que el futuro fue ayer.
En Colegiales
se acerca una bacteria entre millones.
Cara de Jonathan
no como preguntándose:
¿Cuál será la convención literaria onomatopéyica en la poesía isabelina
para reproducir el canto de los pájaros?
No. La bacteria ataca:
“Yo creo que esto funciona así:
tal, cual, Pascual, todos se han fusionado para ser talcualpascual
y tal pascual y cual estaban en otro lado montando orgías secretas.
Fuimos a clavar nuestra manguera aquí, te lo aseguro.
Flashero”.
La voz del narrador lírico asume el cambio de registro temporal
de presente a pasado
acuña la forma adjetiva de flash
y opta por introducir ese neologismo en su semilengua
gangosa.
El talibán trash quiere ejercitar el pensamiento racional.
Tiene percepciones truchas
Intuiciones generadas por prejuicios,
escrúpulos de proporciones epidémicas.
Son animalitos
lejos
animalejos.
“Depué de la tre no vemo
si Dio quiere”.
(piensa: no sé cómo hizo para poner una ese)
Se sacan fotos,
dos se sacan fotos con el celular.
“Llamá.
No me funciona el sei.
Desde que no me funciona el sei
no puedo llamar a lo que tienen sei”.
En la estación San Martín
se descuelgan de los pasamanos
y corren detrás de continentes geológicamente activos
como tetas
van a hacerse todas las pajas atrasadas.
El talibán trash debería comenzar con una dedicatoria
una dedicatoria a una ex
con la cual este poema
no hubiera sido posible.
De ahora en adelante –se consuela pensando-
no se podrán utilizar estas palabras
sin estar sujetas a contraprestaciones económicas
cuando sean publicadas.
Tolo por Bartolo
Bartolo por Bertold
Bertold Beckman
oriundo de Emmendingen
no puede dejar de pensar
no ya en su pasado
sino en el volumen de lo pensado.
Yo recurría a la plaza con frecuencia
un cuaderno una birome
a escribir la historia de Tolo.
Este es el resultado de lo que no pudo decir
en mis apuntes
en lo indecible está la cosa.
El peso de mi pensamiento
no refleja la peligro de sus extravíos
él no sabe por qué se tortura
con remordimientos que exceden en tamaño sus crímenes.
Agobiado por el pasado
agrava los errores
la importancia de sus reflexiones.
Si pudiera abandonar el ejercicio religioso de pensar
se convertiría en santo.
Pero los santos no piensan.
Pensaba mientras rastrillaba el barrio
alzaba la cabeza para contemplar
el inconstante mobiliario de las caminatas.
Estratificaba su peregrinaje entre cielo y tierra
primeramente predicando
el cielo los árboles los hombres los insectos.
Consultaba el subcomité de ética de las estrellas.
pero había puesto la energía en lugares equivocados
y ahora no podía afrontar los costos de un litigio celeste.
En todo trastocamiento
hay anomalías
hábitos mentales
y la negación más íntima.
Yo escuchaba su voz desde el estómago.
Dejaba que la melodía subiera sola
estallara en la cabeza.
Subnormal era el veredicto de esos prejuicios.
Edad incierta
cuando la panza empieza a servir de apoyo
a los brazos cruzados.
Cuando se empieza a creer en cualquier cosa.
Tolo había roto el aparato de circulación de ideas épicas
y
"adecuada" era su palabra predilecta.
Porque no había adecuación posible.
¿En quién depositaría una confianza ciega?
Me decía le gustaba escuchar
voces en el contestador
entonces
llamaba a su casa:
“Hola Bertold, ¿está Bertold?
Te llamaba para avisarte que voy para allá”.
Le gustaba meterse en la cama con un libro
despreocupado de bienes que no poseía
a excepción de ese libro esa cama
ese techo que se ponía.
Tomaba hasta desnucarse.
Era su rasgo ascendente.
Lo encontré delante de la dietética
mirando un paquete de galletas sosas
a precio de un riñón.
Olor a digestión de las bacterias.
Subnormal.
Dijo:
algo que me levante el autoestima
que no sea cocaína.
Te salió un versito, lo minimizaba
se sumía en depresiones sin parangón
en la genealogía del sufrimiento.
Para deprimirse hay que tener memoria de elefante
sufrir una baja en el coeficiente intelectual
en la autoestima o
sucesivos recortes presupuestarios en la dieta.
Mil cosas.
El que sabe es a costa de los ignorantes.
Lastimosamente
parecen confirmarnos las disquisiciones de los transeúntes.
Tolo era el único que sabía en este barrio.
Katia dijo: “me dio medio miedo.”
“Lo cansan las personas.”
“¿Por qué no prueba con animales?”
Lo agobia el verano
lo anula el invierno.
Las pocas ideas se desperezan en un rango de temperaturas entre 20 y 25
entonces florecía y me contaba.
Antes que llegaran los rusos
y los camiones alemanes evacuaran la población civil
en el frente
el padre peleaba
en desventaja de diez a uno.
La abuela llaveó la puerta
nunca pudo volver por sus cosas
ni por su casa.
Guardó en la valija
dos muñecas de porcelana que atestiguan
el oficio del abuelo.
Acá no quería depender de nada
que no podía fabricar
ni lo movilizaba la curiosidad de conocer a sus nietos
y ahora que murió
a él tampoco
la de tener un puñado de hijos para mostrárselos.
Piensa:
su papá veranea en Gesell
y el mío en el cementerio.
Ayer me caí por la escalera
mirá
me mostraba la sutura en el dedo inflamado.
Cuando el tren pasa por la villa 31
una chica en estado de turbidez
mira por la ventanilla y piensa
en la tasa de multiplicación de los monos verdes del África
en las antenas de DirecTV
¿serán de curso legal en la villa,
se las afanaron las pusieron de adorno?
Piensa en la toxicidad de los alcaloides psicoactivos que consumieron
los albañiles que hicieron las taperas
de cinco pisos
engalanadas con antenas
Un perro no hace un carajo
le dice vení se va
sentate y corre a contar los huesos
de su esqueleto.
Tolo piensa en lo que piensa la chica
que ahora abre un apunte con gráficos estadísticos.
Sacó otro apunte y se puso a mirar un
mapa de isobaras.
Se hacen los undergrones
esos nenes que cantan Odas a la primavera
no saben deprimirse
con explosiones aisladas de alegría
rotas en una carcajada.
Iba a buscar los cheques que llegaban todos los meses
a la orden de otra persona.
Yo iba al banco a hacer algún trámite.
Lo admiraba lo evitaba con la misma intensidad.
Lo vi diluirse en la periferia
caminando por ahí
llevaba ropa arratonada
desteñida
cara de que el futuro fue ayer.
En Colegiales
se acerca una bacteria entre millones.
Cara de Jonathan
no como preguntándose:
¿Cuál será la convención literaria onomatopéyica en la poesía isabelina
para reproducir el canto de los pájaros?
No. La bacteria ataca:
“Yo creo que esto funciona así:
tal, cual, Pascual, todos se han fusionado para ser talcualpascual
y tal pascual y cual estaban en otro lado montando orgías secretas.
Fuimos a clavar nuestra manguera aquí, te lo aseguro.
Flashero”.
La voz del narrador lírico asume el cambio de registro temporal
de presente a pasado
acuña la forma adjetiva de flash
y opta por introducir ese neologismo en su semilengua
gangosa.
El talibán trash quiere ejercitar el pensamiento racional.
Tiene percepciones truchas
Intuiciones generadas por prejuicios,
escrúpulos de proporciones epidémicas.
Son animalitos
lejos
animalejos.
“Depué de la tre no vemo
si Dio quiere”.
(piensa: no sé cómo hizo para poner una ese)
Se sacan fotos,
dos se sacan fotos con el celular.
“Llamá.
No me funciona el sei.
Desde que no me funciona el sei
no puedo llamar a lo que tienen sei”.
En la estación San Martín
se descuelgan de los pasamanos
y corren detrás de continentes geológicamente activos
como tetas
van a hacerse todas las pajas atrasadas.
El talibán trash debería comenzar con una dedicatoria
una dedicatoria a una ex
con la cual este poema
no hubiera sido posible.
De ahora en adelante –se consuela pensando-
no se podrán utilizar estas palabras
sin estar sujetas a contraprestaciones económicas
cuando sean publicadas.