Williams Burro siente un malestar. Al principio un malestar sin título. Al rato ese malestar podría traducirse como una obstrucción mental de jeroglíficos. Después ruido, ruido; ese lazo siempre deplorable entre su malestar y la primera imagen visible.
Ve el ruido de cajones de botellas vacías estibadas a las apuradas en las habitaciones de su cabeza. Ahora Williams Burro camina acarreando un camión con acoplado repleto de botellas vacías estibadas a las apuradas en su cabeza. Camina como un pato con ojos de alienado. Habla con un tintineo. Y de repente, otra vez la nada, ese malestar de nuevo.